Venimos leyendo en
las últimas semanas multitud de informaciones sobre el descontento
generalizado entre pacientes y profesionales debido a los continuos
colapsos
en las consultas de atención primaria así como en servicios de
urgencias. De manera tristemente habitual, los
médicos se concentran para reclamar mejoras y reivindicar un
derecho tan preciado como inexistente: tiempo para los enfermos. Tal
y como denuncian varios profesionales, la jornada laboral en
consultas de atención primaria exige que la dedicación para sus
pacientes sea de apenas cinco minutos, algo, a todas luces,
insuficiente a la hora de proporcionar un trato adecuado y humano a
quien lo solicita.
Todo esto, ligado al
envejecimiento de la población y la necesidad de inversión
de cara a la cronicidad de las enfermedades, un problema acuciante y
al que no se le está prestando plena atención, hace que el paciente
se pregunte si, en realidad, nuestro sistema está preparado para
aguantar el paso del tiempo. Si los médicos ya están saturados,
¿cómo estarán cuando la media de edad de sus pacientes se haya
incrementado y requieran atención mayor? Está claro que solo
hay una vía posible para que el SNS sobreviva al futuro: la
inversión en profesionales, en instalaciones, en
investigación…Inversión al fin y al cabo para tener una Sanidad
puntera y capaz de hacer frente a las vicisitudes.
La colaboración
público-privada ha demostrado ser una vía sobradamente válida
para garantizar la solvencia del sistema. El presupuesto en Sanidad
por parte de los sucesivos gobiernos ha demostrado, de momento, ser
insuficiente y no responder a las necesidades de la población. El
dinero invertido, ya de por sí escaso, no ha sido bastante para que
nuestra sanidad sea eficiente desde el punto de vista de los
tiempos: demasiadas listas de espera para operaciones urgentes,
demasiada demora para consultas con el especialista y pruebas
diagnósticas. Los médicos se quejan, además, de que la cantidad de
pacientes en consulta no solo repercute en los enfermos sino también
en ellos mismos, que no disponen de tiempo para investigación.
El dinero, al fin y al cabo, es imprescindible para solucionar
determinados problemas que, sin una partida presupuestaria potente,
no tienen una salida fácil.
En Andalucía ya se
está demostrando cómo en los últimos meses las
listas de espera han comenzado a reducirse gracias a la unión de
fuerzas entre los sistemas público y privado. La
demonización de esta colaboración, sin embargo, hace que las
medidas que incluyen el trabajo conjunto de ambos sistemas sean
impopulares y estén mal vistas de cara a la galería debido a la
demagogia extrema que, a menudo, se emplea para intentar defender lo
público. Mucho
se debatió sobre la colaboración público-privada en el ámbito de
las donaciones aunque, sin ir más lejos, los donantes
provenientes de hospitales privadas incrementarían en 400 el número
de trasplantes que se hacen cada año en España.
Sería una auténtica
lástima que las mejoras derivadas de la unión de ambos sistemas
quedaran lastradas por la impopularidad de la que determinados
perfiles pretenden dotar a unas decisiones con las que se pretende la
mejora constante de nuestro modelo sanitario. El tiempo corre, la
población envejece y el SNS requiere de avances que permitan
responder a las necesidades del paciente. El sistema público no
tiene, como dice la popular expresión, “café para todos”, por
lo que se antoja imprescindible la colaboración como solución
para abordar mejoras estructurales que, de otra manera, no queda
claro si podrían llevarse a cabo.
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